Jesucristo y la salvación
El plan de Dios de la salvación para la humanidad pecaminosa es central al propósito eterno de Dios, y se revela plenamente en la persona y obra de Jesucristo, elegido por Dios antes de la creación para ser el Salvador. Afirmamos que Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre.
La vida y el ministerio de Jesucristo
Jesucristo, Dios el Hijo, es una persona de la Trinidad, en perfecta igualdad y unidad con Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo. Existe de eternidad a eternidad y es plenamente Dios. Creó todas las cosas y es el origen y el sostén de la vida.
En la plenitud del tiempo, Dios el Hijo tomó semejanza humana, fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la virgen María. Era Dios encarnado — Dios en la carne — y habitó en la tierra como un hombre, plenamente humano, pero sin pecado. Creció física y mentalmente, experimentando hambre, sed, fatiga, rechazo, y la gama de las emociones humanas. Fue tentado en todo sentido, más permaneció sin pecado. Vivió en completa obediencia y perfecta sumisión al Padre. Asumió el carácter de un siervo, respondiendo en compasión a aquellos que estaban en necesidad. Jesús modeló la verdadera humanidad y llamó a que la gente lo siguiera.
La naturaleza divina de Jesús de Nazaret fue mostrada claramente durante su vida en la tierra. En su infancia fue anunciado como Emmanuel, Dios con nosotros. En su bautismo fue reconocido como el Hijo de Dios. Su ministerio se caracterizó por la presencia y el poder del Espíritu Santo. Enseño con autoridad divina y comisionó sus discípulos a proclamar su evangelio. Dijo que quien lo había visto a Él, había visto al Padre. Era el Hijo de Dios, lleno de gracia y verdad.
Jesús vino a la tierra como el Mesías prometido según fue revelado en las Escrituras. Inauguró el reino de Dios y señaló la llegada de ese reino sanando a los enfermos y expulsando demonios. Sus milagros eran señales del reino de Dios. En su enseñanza, Jesús presentó el gobierno de Dios como lo opuesto a los reinos de este mundo. Llamó a sus seguidores a ser parte de la Iglesia, la comunidad del nuevo pacto, basada en los valores del reino de Dios. Vino para destruir las obras del diablo y redimir la familia humana del pecado.
La muerte y resurrección de Jesucristo
La obra redentora de Cristo se cumplió en su muerte y resurrección. Dios se propuso en Cristo redimirnos de la culpa y del poder del pecado y librarnos del dominio de Satanás, para que todo aquel que creyera fuera restaurado al favor y comunión divina.
Con su sufrimiento y muerte sacrificial por nosotros, Jesucristo proveyó completa expiación del pecado. Su muerte y resurrección son la única provisión para la reconciliación entre un Dios santo y justo y la humanidad pecadora. Su sangre derramada voluntariamente en la cruz proporcionó nuestro perdón y ratificó el Nuevo Pacto.
La resurrección corporal de Jesús testifica decisivamente acerca de su deidad y de su victoria sobre Satanás, el pecado, y la muerte. El Cristo resucitado ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios el Padre, intercediendo por nosotros.
Jesucristo es ahora nuestro Señor resucitado, exaltado, y soberano. Toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada a Él. Es la cabeza de la iglesia y el Señor de la historia. Al final de los tiempos todas las cosas en el cielo y en la tierra serán colocadas bajo su dominio. Toda rodilla se doblará ante El, y reinará para siempre. Con gozo confesamos que Jesús el Señor y reconocemos su autoridad en nuestras vidas. Le honramos con nuestra adoración y obediencia.
La llegada a la fe en Cristo
La salvación provista por gracia mediante la muerte y resurrección de Jesucristo se hace efectiva en nuestras vidas por el ministerio del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos prepara para la fe en Jesucristo. Nos despierta a nuestra necesidad, nos da la capacidad de reconocer nuestra culpa, y nos invita a responder a Dios en fe y obediencia.
La respuesta de fe consiste en confiar personalmente en la gracia de Dios y en volverse del pecado a la justicia. El arrepentimiento incluye un reconocimiento del pecado. Se expresa con remordimiento genuino, un rechazo del pecado, y un cambio de actitud hacia Dios, preparándose así para el ministerio continuo del Espíritu Santo. El arrepentimiento incluye una disposición para la reconciliación y la restitución.
La nueva vida en Cristo
Todos los que llegan a la fe en Cristo nacen de nuevo, reciben el Espíritu Santo, y son hechos hijos de Dios. Son absueltos de toda culpa de pecado, se les otorga la justicia de Cristo, y son reconciliados con Dios. Las personas así justificadas por la gracia a través de la fe gozan de paz con El, son adoptadas en su familia, son hechas parte de la Iglesia, y reciben la seguridad de tener vida eterna. Llegamos a ser nuevas criaturas en Cristo, regeneradas por el Espíritu Santo. Este cambio de corazón se hace evidente en el desarrollo de un carácter semejante al de Cristo y en un caminar en obediencia de Dios. La conversión se expresa en una vida cambiada con una nueva dirección, nuevos propósitos, intereses, y valores.
La nueva vida en Cristo se desarrolla a través de las disciplinas espirituales cristianas, tales como la oración, el estudio de la Escritura, el ayuno, la negación de sí mismo, la mayordomía, y la comunión cristiana. Estas cosas fortalecen al cristiano, pero no lo hacen inmune a la tentación. La desobediencia persistente impide la comunión con Dios y puede llegar a destruir la nueva vida en Cristo. Cuando hay pecado en la vida del creyente, aquél debe ser confesado y desechado confiando en la buena voluntad de Dios para perdonar y en su poder para limpiar del mal.
La vida en el Espíritu
Creemos que la gracia de Dios provee más que el perdón del pecado. A medida que el Espíritu obra en la vida del creyente, éste es guiado en santificación hacia una entrega total y una consagración de sus motivos y voluntad a Cristo. El resultado de esto es ser librado del control del pecado, y recibir el poder para vivir una vida santa. El Espíritu Santo llena a las personas que están rendidas a Dios y las capacita para un testimonio y un servicio fructífero.
La santificación es también un continuo peregrinaje de entrega a Dios y crecimiento en gracia. La calidad de la vida consagrada corresponde a la receptibilidad del creyente al Espíritu Santo y a su obediencia a la palabra de Dios. La vida llena del Espíritus produce una sensibilidad al mismo, una fortaleza interior en tiempos de tentación, y una vida santa y un servicio de todo corazón al Señor. El Espíritu Santo produce un carácter virtuoso: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Estas virtudes caracterizan la vida del creyente que camina en el Espíritu.
La esperanza de la vida eterna
La salvación provista por nuestro Señor Jesucristo será consumada para el creyente en el gozo del cielo y en la realización plena del reino de Dios. En nuestros cuerpos glorificados seremos libres de todos los efectos del pecado. Restaurados a la imagen de Cristo, adoraremos a Dios y reinaremos con Cristo por la eternidad.
Bases Bíblicas
Jesucristo y la salvación
Efesios 1:3-14; Tito 2:11-14; Hebreos 1:1-3; 1 Pedro 1:3-5
La vida y el ministerio de Jesucristo
Mateo 1:20-23; 3:13-17; 6:33; 7:28-29, 9:35-36; 12:25-28; 26:26-29; 28:18-20; Marcos 1:14-15; 14:61-62; Lucas 1:26-2:33, 52; 4:1-21; 22:44; Juan 1:1-14; 3:16; 13:1-17; 14:8-11; Gálatas 4:4-5; Filipenses 2:5-11; Colosenses 1:15-20; Hebreos 4:14-15
La muerte y resurrección de Jesucristo
Salmo 22:1-18; Isaías 52:13-53:12; Mateo 27:27-28:20; Juan 3:16-17; Hechos 1:9-11; Romanos 5:1-11; 1 Corintios 15:20-28; 2 Corintios 5:21; Efesios 1:9-10; Filipenses 2:9-11; Colosenses 1:21-22; Hebreos 1:3; 7:24-25; 9:11-28; 12:2; Apocalipsis 11:15
La llegada a la fe en Cristo
Lucas 3:7-9; 5:31-32; 18:9-14; 19:8-9; Juan 16:5-15
La nueva vida en Cristo
Juan 3:1-17; Hechos 2:41-47; Romanos 5:1-11; 8:14-17; 10:9-10, 13; 2 Corintios 5:17; Gálatas 4:6-7, Efesios 2:1-10; Colosenses 1:22-23; Hebreos 3:14; 1 Pedro 1:3-5; 1 Juan 2:24-25
La vida en el Espíritu
Lucas 11:11-13; Juan 20:21-22; Hechos 1:8; Romanos 6:1-14; 8:1-17; 12:1-2; 2 Corintios 5:5; Gálatas 5:16-25; Efesios 1:13-14; 3:14-21; 1 Juan 1:9
La esperanza de la vida eterna
Mateo 24:13; Juan 14:1-3; 1 Corintios 15:35-58; 2 Corintios 5:1-10; Filipenses 3:20-21; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis 5:9-10; 21:1-4