Historia
La denominación de los Hermanos en Cristo comenzó en algún momento entre los años 1775 y 1788, cerca de la actual población de Marietta, Pennsylvania. Nuestros padres y madres fundadores, profundamente impactados por los movimientos del Gran Avivamiento del siglo 18, trajeron consigo un fuerte trasfondo anabautista y pietista con énfasis en una experiencia de conversión personal y sincera.
Los primeros Hermanos en Cristo se llamaron a sí mismos “Los Hermanos”. Los ajenos al grupo los llamaban los “Hermanos del Río”, puesto que la mayoría de ellos vivían junto al río Susquehanna. En 1788, un grupo de Hermanos emigraron a Canadá, donde se les conoció como los “Tunkers”, como referencia a su forma de practicar el bautismo por inmersión (el verbo original, “tunken”, es alemán y significa “sumergir”). Otros Hermanos en Cristo se mudaron desde Pennsylvania hacia el oeste del país, estableciéndose en Ohio, Indiana, Michigan, Iowa, Kansas, Oklahoma y California.
Los primeros Hermanos expresaban su discipulado de maneras prácticas. Evitaban las actividades “mundanas”, como participar en la política o jugar a los naipes. En su deseo de apartarse del mundo, se vestían con sencillez y evitaban el uso de joyas, colores brillantes o adornos.
Los primeros Hermanos en Cristo se tomaban en serio su nombre; creían que eran una hermandad en Cristo y esto lo llevaban a la práctica. Para simbolizar su concepto de hermandad, los miembros tuvieron cultos de adoración en sus hogares durante gran parte de los cien primeros años de historia de la BIC. E inclusive, cuando comenzaron a construir edificios, se referían a ellos como “casas de reunión”, las mantenían sencillas y tenían las bancas rodeando su interior por tres partes, y un púlpito al mismo nivel del suelo. De esa manera, los Hermanos se reunían alrededor de la Palabra de Dios. Muy temprano en la historia de nuestra Iglesia, sus miembros se comenzaron a mudar, llevando consigo sus creencias.
Alrededor de los tiempos de la Guerra Civil de los Estados Unidos, los Hermanos decidieron inscribirse bajo su nombre actual: “Hermanos en Cristo” (en inglés, Brethren in Christ, BIC). Después, en 1879, la Iglesia de Norteamérica (Estados Unidos y Canadá) se organizó como una conferencia general que les proporcionaba una dirección general a las iglesias regionales y locales, y preparaba el camino para un evangelismo sistemático.
En 1894, la BIC fundó su primera misión nacional en Chicago y, cuatro años más tarde, estableció su primera misión extranjera en la nación africana de Rodesia (actualmente Zimbabue).
Hoy en día se pueden hallar iglesias de los Hermanos en Cristo en todo Estados Unidos y Canadá, y en más de veintitrés países del mundo.
En busca del origen de nuestras raíces teológicas
Los Hermanos en Cristo disfrutamos de una rica mezcla de tradiciones teológicas que hacen de nosotros lo que somos hoy. Específicamente, la predicación y la enseñanza de nuestras iglesias han sido moldeadas por cuatro énfasis dentro de la comunidad cristiana más amplia: el anabautismo, el pietismo, el wesleyanismo y el movimiento evangélico.
El anabautismo
Nuestras raíces teológicas se remontan a la Reforma Protestante, en la cual los reformadores conocidos como anabautistas insistieron en la importancia de la responsabilidad personal en cuanto al bautismo (conocido también como bautismo del creyente). Creían en la importancia del discipulado, la obediencia, la separación de Iglesia y estado, la práctica pacífica de la no resistencia y la necesidad de la comunidad. Esta línea anabautista dentro del “ADN teológico” de nuestra Iglesia se manifiesta de forma más particular en nuestros énfasis en la comunidad de fe, el servicio compasivo, la vida sencilla y la búsqueda de la paz.
El pietismo
Los Hermanos en Cristo recibimos en parte nuestra identidad de ciertos creyentes alemanes que, en el siglo 17, rechazaron la expresión excesivamente intelectualizada de la fe cristiana que se había hecho popular dentro de varios ambientes de la Iglesia. Los pietistas insistían en la importancia de una conversión genuina y la experiencia cálida y personal de una vida renovada en Cristo. Esta experiencia fue un despertar que recorrió toda Europa para después llegar a América. Para los Hermanos en Cristo, la fe cristiana es una relación con Dios que se debe disfrutar con el corazón, al mismo tiempo que se afirma con la mente.
El wesleyanismo
Remontamos parte de nuestra herencia a las enseñanzas de Juan Wesley, erudito y predicador británico del siglo 18. El movimiento wesleyano de Norteamérica, conocido también como el movimiento de Santidad, insistía en la conversión como una aceptación consciente de Dios, así como la recepción del poder del Espíritu Santo y el crecimiento diario en la santidad. Hoy en día, valoramos el don gratuito de la salvación en Cristo Jesús y el poder transformador del Espíritu Santo, mientras les comunicamos el Evangelio llenos de emoción a todos.
El movimiento evangélico
Alrededor del año 1950, la familia de los Hermanos en Cristo, luchando con la disminución en el número de miembros y unas prácticas religiosas legalistas, fueron atraídos hacia una nueva oleada del movimiento evangélico que recorrió toda la nación; una oleada que abrazó tanto la fe como la cultura. Los líderes del nuevo movimiento, entre ellos Billy Graham, promovieron los principios básicos del movimiento evangélico: la obra salvadora de Jesucristo, la fe en las Escrituras y la misión de la Iglesia, que consiste en alcanzar para Cristo a un mundo perdido. Sin embargo, los líderes del último de los movimientos evangélicos quisieron romper con sus lazos fundamentalistas. Por medio de la influencia de la «corriente principal» de este movimiento evangélico, el enfoque de los Hermanos en Cristo pasó de aquello que nos separaba de la cultura, como las ropas y el estilo de vida, a las formas en que mejor nos podemos comprometer con la cultura para llevarle el mensaje transformador del Evangelio.
Durante más de 200 años, los Hermanos en Cristo hemos expresado apertura a la renovacióín moldeada por estos movimientos diversos y por la obra constante del Espíritu Santo. En su centro mismo, la mezcla de estas corrientes teológicas se puede destilar para presentar un anhelo auténtico y sincero por seguir a Jesús. En cualquiera de los períodos por los que ha pasado la vida de nuestra Iglesia, los Hermanos en Cristo hemos tenido el deseo de seguir a Jesús por medio del poder del Espíritu Santo.