La humanidad y el pecado
Dios creó el hombre y la mujer a su imagen. Los humanos se distinguen del resto de la creación, teniendo características tanto espirituales como físicas.
Físicamente, cada persona tiene un cuerpo hecho de los elementos de la tierra; un cuerpo que crece, madura, y eventualmente regresa a la tierra en su muerte. Los humanos también reflejan ciertos aspectos morales y espirituales de la naturaleza de Dios: la inteligencia, la creatividad, el discernimiento moral, la sensibilidad espiritual, y el libre albedrío. Siendo seres espirituales, los humanos han sido creados para estar en comunión con Dios. No podemos encontrar paz a menos que tengamos una relación apropiada con Dios.
El libre albedrío
La imagen de Dios en cada persona incluye la capacidad de tomar decisiones morales. Podemos escoger el bien o el mal, obedecer o desobedecer a Dios. El libre albedrío nos hace responsables por nuestras decisiones y por las consecuencias que éstas conllevan.
Por las Escrituras entendemos que, mientras Dios le concede a la humanidad este libre albedrío, Dios también conoce todas las cosas, y en su sabiduría y gracia está realizando sus propósitos eternos en la historia humana.
El origen del pecado
El hombre y la mujer fueron creados inocentes y sin pecado. Vivian en armonía con Dios y la creación. Pero el mal llego a ser parte de la familia humana cuando Adán y Eva cedieron a la tentación de Satanás. Según escogieron desobedecer a Dios su naturaleza se volvió pecaminosa. La naturaleza pecaminosa ha ido transmitida a todos sus descendientes. Así el pecado, la depravación moral y la muerte se convirtieron en partes inherentes de la experiencia humana.
Satanás, también llamado el diablo, es la encarnación personificada del pecado y la fuente original del pecado. Su reino maligno se mantiene en rebeldía constante ante la autoridad de Dios. Vivimos en medio de ese conflicto espiritual, y debemos elegir entre el domino de Satanás y el reino de Dios.
Los efectos de pecado
Corrompidos por una naturaleza pecaminosa, los humanos carecen de santidad, son egocéntricos, voluntariosos, y rebeldes ante Dios. En carácter y conducta, la humanidad entera es culpable ante El. Nosotros mismos no podemos adquirir la justicia aceptable a Dios. La inclinación de la humanidad hacia la maldad es universal, y la culpa o deshonra que la acompaña es común a todas las personas.
Por medio de la familia humana caída, el pecado ha penetrado el orden social, alineando a las personas de Dios, del prójimo, de sí mismas y del resto de la creación. La pecaminosidad es evidente en el quebrantamiento de las relaciones humanas y las estructuras familiares, en los sistemas sociales y económicos que violan el orden de Dios e ignoran la dignidad humana, en sistemas filosóficos que niegan a Dios y deifican a los hombres y sistemas religiosos que distorsionan la verdad y construyen ilusiones de la realidad.
En un sistema mundial saturado por la influencia satánica, el pecado se extiende por medio de la maldad humana y por los poderes del mal. A nivel personal, el pecado proviene de la inclinación interna hacia la desobediencia y la rebeldía.
La responsabilidad personal
La creación muestra la naturaleza y gloria de Dios a todos los seres humanos; por lo tanto, todos tienen la responsabilidad de rendirle honor y gloria. Aunque el pecado satura el orden social, la responsabilidad por el pecado sigue siendo personal. Cada uno de nosotros tiene que rendir cuentas a Dios según la capacidad individual para conocer y escoger el bien sobre el mal. Creemos que las personas mentalmente incapaces de discernir entre el bien y el mal son aceptados por Dios a través de su misericordia, cubiertas por la expiación del pecado hecha por Cristo.
Con la caída de la raza humana en el pecado, la imagen de Dios en la humanidad fue seriamente dañada, pero no fue totalmente destruida. A pesar de su tendencia hacia el mal, todavía permanecen en la humanidad aspectos de la semejanza de Dios, percibidos en características tales como la creatividad, la generosidad, y la compasión. Sin embargo, es sólo por la gracia de Dios que las personas son capaces de responder a Dios y aceptar su regalo de salvación.
Bases Bíblicas
La humanidad y el pecado
Génesis 1:26-28; 2:7-9,15-20; 9:1-6; Salmo 8:3-8; 90:1-6; 139:13-16; Eclesiastés 12:1-7; Hechos 17:26-28
El libre albedrío
Génesis 2:16-17; Deuteronomio 30:15-20; Mateo 7:13-14, Juan 1:11-12; Romanos 12:1-2; Efesios 1:3-14; 2 Pedro 3:9; Apocalipsis 22:17
El origen del pecado
Génesis 3:1-19; Salmo 51:5; Isaías 14:12-15; Juan 8:44; Romanos 5:12; Efesios 2:1-3; 6:10-12
Los efectos del pecado
Salmo 53:1-3; Isaías 59:1-8; 64:6-7; Romanos 1:18-32; 3:9-20, 23; 5:12; 6:23
La responsabilidad personal
Génesis 1:27-30; 2:7-9, 16-17; 3:1-19; Levítico 4:27-35; Ezequiel 18; Marcos 10:13-16; Romanos 1:18-20; 3:23; 2 Corintios 5:10; Efesios 2:8-9