8 de enero de 2025

Por el obispo Rob Patterson, Conferencia de los Allegheny

Meditación de las Escrituras: Hechos 9:10-19

Pablo –anteriormente Saulo– fue uno de los constructores del reino más prolíficos de la historia. A lo largo de su ministerio, se produjo gran fruto. Muchas personas se convirtieron, fueron formados como discípulos, y sanados. Se plantaron iglesias y se las nutrió para que se convirtieran en movimientos. Sus cartas a esas personas e iglesias ahora comprenden una parte considerable de la Biblia.

En contraste, la jornada apostólica de Pablo comenzó con la visita de un discípulo bastante discreto y ordinario llamado Ananías.

No sabemos si Ananías alguna vez condujo a alguien a Cristo o formó como discípulo a un nuevo creyente a la madurez espiritual. No hay registro de que hiciera ningún milagro. Era simplemente un buen tipo con una sólida reputación entre la gente de Damasco. Pero Ananías es venerado por la iglesia histórica por un solo acto de obediencia.

Jesús vino en una visión y le ordenó a Ananías que fuera a la casa de Judas en la calle Derecha. El Señor le dijo a Ananías que Saulo está orando, y tuvo una visión de que tú vendrías a imponerle las manos. Sin embargo, Ananías no se dirigió inmediatamente a la puerta. Le recordó al Señor que Saulo tenía una reputación bien establecida de golpear y matar a los creyentes. Pero Jesús le dijo: “¡Ve!” y Ananías fue.

El cumplimiento de la misión específica que Dios le había encomendado a Ananías comenzó cuando Ananías dijo: “Aquí estoy, Señor”. Es cierto que es una especulación de mi parte, pero sospecho que Ananías vivía con esa disposición cada día. Creo que, por la práctica diaria en situaciones rutinarias, Ananías estaba preparado para ofrecer más que buenas intenciones o palabras cuando las órdenes eran potencialmente letales; sin importar el precio, Ananías obedeció y se presentó.

Cuando pienso en aquellos que para mí han tenido un impacto significativo en el avance del reino, a menudo no encajan en el estereotipo de un líder de alto perfil. Son hombres y mujeres que viven muy cerca del Señor, escuchan su voz y siguen sus pasos a diario. En el momento preciso, guiados por el Espíritu, pronuncian con dulzura una poderosa palabra de paz cuando las emociones están a flor de piel; corrigen con amor al alma que se está desviando del camino; ofrecen consejos sabios en situaciones en las que, de otro modo, la necedad podría prevalecer; y brindan aliento y consuelo en momentos de desánimo y tristeza. En resumen, son personas comunes, personas como tú y yo, utilizadas por el Maestro para lograr cosas extraordinarias. Estemos listos para escuchar la voz de Jesús.

Oración – Padre celestial, aquí estoy. Soy tuyo. Estoy disponible para ti. Ayúdame a escucharte. Prepárame para obedecerte siempre, tanto en asuntos pequeños como grandes. Expande tu reino en mí y a través de mí hoy, en el nombre de Jesús. ¡Gracias! Amén.