9 de enero de 2025

Por el obispo Bill Donner, Conferencia del Pacífico

Meditación de las Escrituras: Ester 4:12-17

Al tercer día de su ayuno, Ester se encontraba sola en el atrio interior del palacio del rey. El riesgo era real; lo que estaba en juego no podía ser mayor. La muerte amenazaba a quien se acercara al rey persa sin que él se lo pidiera. Sin embargo, allí estaba ella, arriesgándolo todo. Pero cuando hizo una pausa, su decisión resonó de nuevo: “Si perezco, que perezca”. Y con esas palabras, tuvo paz.

Los recuerdos la atravesaron como un relámpago. La habían sacado de su hogar y la llevaron al harén del rey Asuero. ¡Horrible! La pusieron en el palacio para que fuera como una muñeca de un hombre pagano. ¡Sin poderío! ¿Por qué Dios lo había permitido? Se vio obligada a ocultar su identidad judía, a comer alimentos impuros e incluso a abandonar su nombre. ¡Vergonzoso!

A cambio, tuvo la gloria irónica de ser elevada a “reina”. Entonces, esa llegó a ser su vida. Todo estaba a salvo si no hacía olas con este rey tempestuoso. La supervivencia se había convertido en su motivo de existir. Después de todo lo que se había perdido, se aferraría con todas sus fuerzas a lo que había ganado. Por los menos, así pensaba.

Esta nueva normalidad se hizo añicos cuando escuchó de Mardoqueo: “¡Nosotros, los judíos, hemos sido vendidos para ser aniquilados!”. Incluso le mostró su copia del decreto. Ya estaba en marcha. Le rogaba que intercediera por su pueblo. Le dijo: “Si ahora te quedas absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la liberación para los judíos, pero tú y la familia de tu padre perecerán. ¡Quién sabe si precisamente has llegado al trono para un momento como este!”.

Y aquí estaba el punto de inflexión. La única forma en que podía darle un propósito a su vida era estar de acuerdo con Mardoqueo; este riesgo le dio sentido a su humillación y su exaltación. Después de todo lo que había perdido, de repente supo que no había perdido su fe. “Si perezco, que perezca”, le había dicho a Mardoqueo. Y con ese pensamiento, entró en la cámara del rey.

La vida quebrantada de Ester de pronto se recompuso cuando fue llamada a arriesgar su comodidad y su identidad segura (pero falsa) para salvar a su pueblo. El rey la recibió ese día, y se desencadenó una cadena de eventos dramáticos que liberaron a los judíos en todo el imperio.

Al igual que Ester, nosotros también somos tentados a escondernos detrás de ser respetables. Pero al arriesgar su seguridad, Ester se reveló como una verdadera reina. En la historia de Ester, el riesgo abrió la posibilidad de la redención de Dios. ¿Darás pasos arriesgados de fe para abrir la puerta para que Dios toque las vidas de quienes te rodean?

Oración – Padre celestial, te pido que me hagas como Ester. Ayúdame a dejar de lado lo que parece seguro. Muéstrame dónde invertir lo que soy en la vida de los demás. Señor, levántame para saber que he venido “para un tiempo como este”. ¡Obra a través de mi quebrantamiento para redimir! Amén.