11 de enero de 2025

Por Aner Morejon, Conferencia del Sureste

Meditación de las Escrituras: Nehemías 1:6

Al leer la historia de Nehemías, es difícil no sentir la urgencia de su llamado. Recibió noticias desgarradoras sobre su nación: los muros estaban derribados y su pueblo sufría. A su regreso a Jerusalén, Nehemías encontró los muros de la ciudad destruidos y su pueblo atormentado por las naciones circundantes. Organizó al pueblo para reconstruir los muros frente a sus propias casas y creó un plan para proteger a los constructores del ataque enemigo.

Hoy, podemos empatizar con su difícil situación; gran parte de nuestro mundo parece estar en ruinas.

Una parte que me impacta de la historia de Nehemías es cómo cada persona reparó la sección justo frente a su propia casa. Esto nos enseña que el cambio debe comenzar con nosotros. Debemos humillarnos y reconocer nuestras deficiencias, no solo las de nuestra comunidad, sino también las nuestras. Solo reparando nuestros hogares y relaciones podemos ofrecer un testimonio genuino al mundo.

A pesar de estar en el exilio, Nehemías estaba en un lugar donde tenía todo lo que podía desear; como copero del rey, se le brindaban ciertas comodidades. Sin embargo, su corazón ardía por su pueblo. Este es el verdadero espíritu de un discípulo: sacrificar lo que tenemos para ayudar a los demás. Nehemías enfrentó adversidades, pero nunca permitió que lo desanimaran. De la misma manera, si sentimos que nuestro entorno está en crisis, es hora de buscar al Señor para que nos dé discernimiento y estrategias para reconstruir esos muros caídos.

Como comunidad de fe, debemos recordar que no estamos solos en esta lucha. Necesitamos unirnos con el mismo espíritu que llevó a Nehemías a actuar, un espíritu de unidad y propósito. Necesitamos doblar nuestras rodillas y alzar nuestras voces, clamando por transformación y liberación.

Mientras caminamos juntos, debemos preguntarnos: ¿cuál es nuestra mayor alegría? Sin duda, es ver almas entregadas a los pies de Jesús.

oración – Padre celestial, te pido un despertar espiritual que comience en mí, tal como lo experimentó Nehemías. Que mi corazón se llene de pasión por quienes te necesitan. Ayúdame a reconstruir los muros caídos en mi vida y en mi comunidad, por donde el enemigo ha penetrado fácilmente. Gracias por el regalo de un nuevo año para cumplir la Gran Comisión. Que cada paso que dé refleje tu amor y tu gracia. Amén.